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No sería correcto caracterizar el asesinato de Baéz Sosa a partir de una motivación política. Sin embargo, subyacen paradigmas culturales propios de la ultraderecha como contenido de la agresión emprendida por este grupo de jóvenes violentos. Epítetos racistas. El premio como consecuencia de una agresión despiadada. La cena del festejo, el pacto de silencio: un criterio infantil de impunidad, que califica como desprecio absoluto por la otredad.
Imaginemos por un momento que un grupo de muchachos pobres, del conurbano bonaerense, hubiesen emprendido el mismo mecanismo de agresión contra un jovencito de la recoleta. Los medios hablarían del resentimiento social, de la marginalidad de los agresores, del peligro latente en las multitudes de tes oscuras, de la necesidad de endurecer las leyes, etc, etc.
Pero, en este caso, no se han escuchado especulaciones sociológicas, ni de orden cultural; que puedan justificar la motivación de la agresión. “Negro de mierda, me lo llevo de trofeo, festejemos y que nadie diga nada”. Todas expresiones de los autores del crimen, que navegan impunemente por las crónicas policiales en los grandes medios.
No escuchamos los famosos diagnósticos médicos del Dr. Nelson Castro. Morales Sóla, se perdió la oportunidad de divagar senilmente, como nos tiene acostumbrados, con las pautas culturales de los agresores. El lechoso de Viale no subió, por una vez, a la cumbre de la moralidad para castigar las motivaciones racistas del crimen. Leuco (padre) sigue pensando que Cristina está detrás de todo y Leuco hijo descubrió, felizmente, su vocación por lo deportivo. Todos ellos, y muchos más, se cuidaron de no interpretar el origen de la violencia.
Una bandita de violentos de clase media, que potenció, con toda su precocidad, los prejuicios que irradia el sentido común de la cultura derechista. Esa supremacía blanca de los aspiracionales, que desprecia y reacciona con odio, que es categórica a la hora de desconocer derechos y no duda en borrar del mapa, a como dé lugar, a los que no estén en condiciones de ingresar al reino del consumo.
El gen de la nueva derecha violenta, que se dice liberal, pero articula ideas Hitlerianas, está contenido en cada acto de desconocimiento del otro. Suprimir, atacar, pasar con la motosierra por encima del común, la xenofobia, la homofobia y el desprecio por los derechos de las mujeres; son la sintomatología de una violencia política que se expande por el plexo social y, siempre, pero siempre, culmina con actos de agresión organizada por grupos que se creen “estéticamente” superiores, moralmente infalibles y justificados éticamente por la pureza que conlleva obedecer el mandato cultural que los inspira.
La negación del terrorismo de estado, lo que implica la justificación del uso de la violencia para matar, y la supremacía de las más cruentas políticas neoliberales; ya no encuentran su chivo expiatorio en la amenaza del comunismo. Ahora, sus enemigos son los pobres que supieron multiplicar, los negros que planean domesticar y las instituciones de la república que piensan demoler.
Un sistema de ideas que está absolutamente amparado por el poder mediático, que derrama las pautas culturales en el seno de la sociedad, preparando las bases del siguiente genocidio, que ya tienen en mente.
La manzana no cae lejos del árbol.
La predisposición a la violencia en cada acto y como respuesta a todo aquello que se juzgue símbolo de insolencia, la supresión del otro como instrumento para la aniquilación del antagonista, el hecho de actuar indolentemente sin calcular consecuencias, pensar en la posibilidad de salir impunes como si fuera un derecho adquirido desde la cuna, gozar de ventajas en la detención, del mismo modo que comparar el dolor de las víctimas con el de los victimarios; resultan el ADN de una derecha que aflora contra los valores democráticos de convivencia, apuntalados irrestrictamente en el reconocimiento del otro como un todos, sin aislamientos, ni racismos o tendencias supremacistas.
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