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La policía de la Ciudad de Buenos Aires carece de identidad propia y de fortaleza institucional para mantener el orden público y la seguridad de los ciudadanos. Es – abiertamente- una Policía inspirada en la doctrina de un partido político, cuyos protocolos se tiñen de partidismo y sumisión frente a la dirección ideológica del oficialismo porteño. Carece de misión institucional y muchas veces de los marcos legales pertinentes. Espía, persigue, intimida y reprime al ritmo de las necesidades del PRO y de las operaciones mediáticas.
Su vocación de servilismo político nos demuestra que, si fuera necesario, está preparada para actuar bajo el esquema de un estado policial, defendiendo intereses ajenos al sostenimiento de la libertad y la paz social.
¿Acaso no salieron -en la oscuridad de la noche- a visitar los hogares de los jóvenes que pusieron en cuestión la gestión del oficialismo de la ciudad en torno a la educación pública? ¿No se encargaron de intimidar a sus padres, olvidando la ilegalidad del procedimiento?
¿No usaron drones para tomar imágenes de los adolescentes que se manifestaban en los establecimientos educativos?
Queda claro que ésta fuerza de seguridad no se rige por la legalidad, sino por la orden política de quienes luego son los encargados de garantizar la impunidad de sus actos.
El antecedente histórico del estado policial nos retrotrae a la Unión Soviética de Stalin o a Alemania Nazi. El sólo hecho de que exista la predisposición - que existe en gran dosis- a utilizar el monopolio de la fuerza -que posee el estado- contra los ciudadanos es de una gravedad inusitada.
Pero esta policía no solo trabaja en la intimidación contra ciudadanos libres, también garantiza la impunidad de las manifestaciones de odio que desembocan –sistemáticamente- en el ejercicio de la violencia, ubicándose siempre como custodios de los odiadores que – por ejemplo- lanzaron llamas contra la casa de gobierno, agredieron periodistas y escracharon políticos del oficialismo nacional.
Ciertamente es preocupante que una fuerza de seguridad no respete los límites democráticos, pero no es menos grave que se tienda a naturalizar el ejercicio partidario de las armas y de la inteligencia del estado contra adversarios políticos que son tratados como enemigos públicos.
Al mismo tiempo no podemos dejar de observar que en nuestro continente se han producido revueltas golpistas a manos de fuerzas de seguridad partidarias y militantes de las fracciones de derecha. Cabe mencionar que no es algo que pueda suceder por el momento en Argentina, pero no es improbable que aporten desestabilización política, caos social y enfrentamientos innecesarios. De hecho, los uniformados militantes de Larreta, han generado eventos de alta represión en torno a la Casa de gobierno – por ejemplo- el día del velatorio de Maradona, un suceso que acaparó la atención del mundo entero.
Si faltara algo para evidenciar la intencionalidad política de la policía de la ciudad podríamos recordar el día del vallado frente a la casa de Cristina Kirchner, cuando impidieron la entrada de su hijo al domicilio, mientras que un agente policial no dejaba de insultarlo en medio del operativo. Por esas horas -también- se dedicaron a intimidar, apuntando sus cámaras de inteligencia contra los manifestantes. Tampoco se privaron de custodiar los camiones de los famosos volquetes repletos de piedras, prolijamente segmentadas para ser usadas como proyectiles.
No se trata de confeccionar una retórica de la paz, tampoco se busca criticar un hecho aislado de abuso policial. Ojalá fuera tan simple; se trata de advertir con responsabilidad ciudadana la presencia de un esquema represivo con intencionalidad política desde el estado mismo, que pone en riesgo la libertad civil. A lo largo de la historia la policía política es el antecedente inmediato del estado policial y todo ello, por supuesto, el quiebre de la convivencia democrática.
El panorama completo es preocupante: la aparición de células violentas de la ultra derecha, Jueces y fiscales -que amparados por toneladas de noticias falsas- persiguen políticamente, policía política instalada en el centro neurálgico del país con una amplia y categórica capacidad de inteligencia y represión. Un cóctel difícil digerir para una democracia entorpecida por la manipulación de la información y por un poder judicial poco confiable.
¡Atentos y vigilantes!
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