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La política tiene la obligación de detener el impulso de aquellos que proclaman el enfrentamiento irracional e inspiran sentimientos de odio. La democracia debe actuar con todo el poder de la constitución para preservar la paz social y la convivencia democrática instaurada en el año 1983.
Ante el lamentable intento de magnicidio, que puso en riesgo la vida de la ex mandataria y la armonía social, existe la oportunidad de establecer límites que puedan preservar la convivencia democrática, expulsando a los violentos que esgrimen argumentos homicidas.
No hay dudas que la escalada de odio que se vienen montando desde los medios se ha insertado en la escena política. Esta tendencia mediática ha ubicado a la oposición política en una competencia, nunca antes vista desde la recuperación de la democracia, donde ganan espacio y cobertura aquellos que actúan con mayor agresividad y están dispuestos a correr el límite democrático hasta el barranco de violencia.
Días atrás el Diputado Espert ante un conflicto laboral ofreció - según él- dos posibles soluciones: “cárcel o bala” para los trabajadores.
Los portales de noticias, en su amplia mayoría, comunicaron la posición del legislador con absoluta naturalidad, como si la misma fuera -aunque extrema-perfectamente aplicable.
Horas antes el ex presidente Macri era consultado por ciertas medidas de ajuste que llevaría adelante un nuevo turno de su espacio político en el gobierno y sostuvo que tendrían que sostener la represión en las calles para mantener el rumbo, a costa de muertos si fuera necesario.
Unas semanas atrás -horas antes del intento de magnicidio- Larreta enjaulaba la casa de Cristina Fernández, mientras montaba un operativo político policial de intimidación y represión contra manifestantes pacíficos que se acercaban a Recoleta para expresar su solidaridad con la ex presidenta por la persecución judicial que viene sufriendo por parte de jueces y fiscales que juegan al fútbol en la quinta de Macri.
No sería justo dejar pasar que -la ex montonera y luego colaboracionista de la dictadura militar- Patricia Bullrich cuestionó la debilidad del operativo en la casa de Cristina, pues -según ella- faltaron balas.
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Claro está que Macri, Larreta y Bullrich compiten por encabezar la fórmula presidencial de su espacio político para el año próximo. Queda más claro aún que la térmica mediática los pone a competir sobre quién está dispuesto a ir más allá con el umbral de dolor social.
Por su parte Espert, avezado mediático, sabe que no puede quedar atrás en sus expectativas. Su estrategia política ronda en dos factores: correr por derecha a juntos por el cambio y no pasar desapercibido ante la presencia del inefable Javier Milei.
¿Por qué los medios masivos Instalan candidatos brutales para la paz social?
¿Qué debe hacer la política en un clima de fragmentación para proteger a la sociedad de esta aventura fascista que se pretende instaurar?
La experiencia histórica nos muestra, a escala mundial, que no hay ajuste sin represión, y el poder fáctico sabe que para maximizar ganancias necesita de gobiernos con características pre democráticas, dispuestos a todo, y a un poco más.
Mientras que la lógica de nuestros pueblos es garantizar la paz para alcanzar la prosperidad, los que detentan el poder económico concentrado llegaron a la conclusión inversa; ampliar sus riquezas requiere que el estado se ubique al servicio de sus intereses, protegiendo a los saqueadores de los saqueados.
¿Acaso las dictaduras, que masacraron una generación, no fueron las primeras en implantar medidas económicas regresivas que desarticularon el aparato productivo en nuestro continente, sembrando fabricas cerradas, desocupación, analfabetismo y pobreza?
Claro que no es casualidad que los "libertarios de mercado" sean los pregoneros del odio y la revancha social; su teoría económica impone la necesidad de balas contra los que pretendan ejercer o defender sus derechos. Como dijo un miembro de la Corte: "donde hay una necesidad no puede surgir un derecho.
La historia tiende a repetirse, no en situaciones idénticas, pero sí con características parecidas. Este torneo de balas, represión y muerte que se está disputando puede desembocar en un tiempo de hambre, desigualdad y violencia. Los cañones mediáticos que forman sentido común ya vienen trabajando en ello.
Por su parte, la política se ve desarticulada y pareciera que no existe forma posible para alcanzar acuerdos mínimos de convivencia capaces de preservar la paz y el desarrollo equitativo de nuestro pueblo.
Sin la posibilidad de un acuerdo básico que retome el pacto democrático iniciado a principios de los años ochenta se cierne, sobre nosotros, una vez más, la tormenta fascista.
Para contener la paz y la concordia, y al mismo tiempo nuestra expectativa de prosperidad, la política debe ofrecer señales claras, límites concretos. Así la expulsión de Espert de la Cámara de Diputados sería un buen indicio. Que ya sabemos de balas y cárcel los que venimos de tradición Radical o Peronista. Sabemos de violencia política los Argentinos que todavía hoy decimos “nunca más”.
Por su parte el oficialismo debe promocionar y establecer reglas de juego, que resultan absolutamente necesarias para que no tengamos que desarrollar la próxima campaña electoral entre chalecos anti balas. Poner, con decisión, todo el poder del estado para desmembrar hasta el más mínimo atisbo de violencia política y, entre otras cosas, llevar adelante una purga en las fuerzas de seguridad, infectadas por el germen fascista que se viene gestando desde la irrupción del Pro en el ámbito institucional.
La policía militante de Larreta que insulta políticos Kirchnerista, los milicos que desfilaron en la gira proselitista de Patricia Bullrich, los que desaparecieron a Santiago Maldonado y luego devolvieron su cadáver -por estrategia electoral- horas antes de la elección del 2017, los que procedieron a desalojar la plaza de los dos congresos y se encuentran –hoy- protegidos por la crónica de las toneladas de piedras., son sólo algunos de los ejemplos que demuestran una vocación anti popular y represiva fomentada por los profetas del odio en las distintas fuerzas.
Por otro lado, en la oposición política, existe aún -quiero creer- cierta genética democrática, que por antonomasia ubica a no pocos actores políticos en la senda de resguardar la vida y la paz.
No es un acontecimiento menor la oportunidad, de vastos sectores que comparten el espacio en JxC, de fijar un límite democrático y aleccionador que indique a qué pasado no queremos volver. Después de todo muchos radicales se movilizan bajo la consigna: “Si no es con empatía, que no sea nada”; y no hay empatía que se logre con odio y balas.
En esta oportunidad tanto la oposición como el oficialismo, por acción u omisión, no tienen excusas para fallar en las responsabilidades que el sistema les asigna: asegurar la vida, la paz y la libertad. Los compromete ese rezo laico que se lee en el preámbulo de la constitución, que Raúl Alfonsín dejara gravado a fuego en la historia Argentina.
Solo para empezar: es hora de extirpar el odio de la política, para evitar que la violencia se transforme en un lenguaje normal y cotidiano.
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